sábado, 2 de enero de 2010

DECLARACIÓN DE PEQUEÑEZ



“Quién lo diría

los débiles de veras

nunca se rinden”


–Mario Benedetti,

Rincón de Haikus, 1999


Mi vida es un sitio con ciertos destellos de genialidad extremadamente eventuales. Pero lo cierto es que, casi todo el tiempo, es un lugar común. Sin sentidos peyorativos, que sobrarían. Un lugar común porque cada vez más soy feliz con la normalidad, con lo básico, con lo sencillo, con lo simple, con lo pequeño. Hace algún tiempo que dejé de soñar con ser grande y diferente, con empeñarme en destacar. Ser uno más del montón y guardar tras mi sonrisa el pequeño secreto (accesible a quienquiera que lo busque) de que la felicidad se encuentra más fácilmente por el vértice contrario al exitismo. Volcar los reyes ante la simpleza y aceptar su jaque mate de buena gana ha traído una paz particular a mi existencia.

¿Problemas? Tengo por kilos. Preocupaciones, aún más que problemas. Y no sólo eso: tengo angustias, malhumores, miedos feroces y hasta apatías que me sublevan. Lo que ha cambiado es mi mirada sobre todas esas cosas. Lo que ha cambiado es el espíritu que a todo ello le infunde nueva vida y que me permite ser feliz en medio de mis problemas. Rogando, en ocasiones (he aquí todo un signo de mi estar-en-contra-del-sistema), que nunca me falten las preocupaciones que me hagan saberme suficientemente necesitado y pequeño como para no ser pedante y empezar a creerme superpoderoso, omnipotente. Una mirada nueva que busca lo pequeño, lo simple, lo sencillo. Una mirada que ayuda a transformar las realidades que disgustan y a aceptar aquellas que no pueden transformarse: todo un antídoto contra la soberbia.

Soy otro, porque soy cada vez más yo mismo. Me voy librando de la coraza que yo mismo me había impuesto. Me voy chocando con mis límites y desmontando esa imagen mental (esa foto tomada en contrapicado que uno hace de uno mismo) que no me permite ser auténticamente feliz. Voy volviéndome vulnerable, voy desnudando mi más profunda verdad. Voy volviéndome débil y entonces (sólo entonces) voy haciéndome fuerte.

Apenas si me he mudado a este rincón del universo de los hombres. He llegado recientemente y lo he encontrado poblado de mucha más gente de la que hubiese imaginado. Todavía no he terminado de hacer mi mudanza, porque se llega aquí por caminos estrechos, a pie, y con esfuerzo. Ni he terminado la mudanza (sabe Dios si uno termina algún día de mudarse al país de la sencillez), ni he recorrido toda el área, pero me ha llenado tanto la vida que ya he hecho el cambio de domicilio: ¡vivo en el lado pequeñamente humano de la vida! Y soy feliz con ello, que no es poco.


Gerardo Gimenez Ponce

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