jueves, 21 de enero de 2010

LO DÉBIL


Jesús recibe a los pecadores

«¡Éste recibe a los pecadores!» era la acusación que lanzaban contra Jesucristo hipócritamente escandalizados los fariseos (Lc 15,2). «¡Éste recibe a los pecadores!» Y ¡es verdad! Esas palabras son como el distintivo exclusivo de Jesucristo. ¡Ahí pueden escribirse sobre esa cruz, en la puerta de ese Sagrario!

Distintivo exclusivo, porque si no es Jesucristo, ¿quién recibe misericordiosamente a los pecadores? ¿Acaso el mundo?... ¿El mundo?... ¡por Dios!, si se nos asomara a la frente toda la lepra moral de injusticias que quizás ocultamos en los repliegues de la conciencia, ¿qué haría el mundo sino huir de nosotros gritando escandalizado: ¡Fuera el leproso!? Rechazarnos brutalmente diciéndonos, como el fariseo, ¡apártate que manchas con tu contacto!

El mundo hace pecadores a los hombres, pero luego que los hace pecadores, los condena, los injuria, y añade al fango de sus pecados el fango del desprecio. Fango sobre fango es el mundo: el mundo no recibe a los pecadores. A los pecadores no los recibe más que Jesucristo.

San Juan Crisóstomo: ¡Dios mío, ten misericordia de mí! ¿Misericordia pides? ¡Pues nada temas! Donde hay misericordia no hay investigaciones judiciales sobre la culpa, ni aparato de tribunales, ni necesidad de alegar razonadas excusas. ¡Grande es la tormenta de mis pecados, Dios mío! Pero, ¡mayor es la bonanza de tu misericordia!

Jesucristo, luego que apareció en el mundo, ¿a quién llama? ¡A los magos! ¿Y después de los magos? ¡Al publicano! Y después del publicano a la prostituta, ¿y después de la prostituta? ¡Al salteador! ¿Y después del salteador? Al perseguidor impío.

¿Vives como un infiel? Infieles eran los magos. ¿Eres usurero? Usurero era el publicano. ¿Eres impuro? Impura era la prostituta. ¿Eres homicida? Homicida era el salteador. ¿Eres impío? Impío era Pablo, porque primero fue blasfemo y luego apóstol; primero perseguidor, luego evangelista... No me digas: «soy blasfemo, soy sacrílego, soy impuro». Pues, ¿no tienes ejemplo de todos los pecados perdonados por Dios?

¿Has pecado? Haz penitencia. ¿Has pecado mil veces? Haz penitencia mil veces. A tu lado se pondrá Satanás para desesperarte. No lo sigas, más bien recuerda estas cinco palabras: «Jesús recibe a los pecadores», palabras que son un grito inefable del amor, una efusión inagotable de misericordia, y una promesa inquebrantable de perdón.


Cuán hermoso es tornando a tus huellas

De nuevo por ellas

seguro correr

No es tan dulce tras noche sombría

la lumbre del día

que empieza a nacer.

San Alberto Hurtado, SJ



Y la verdad que resuena de fondo empuja a la fidelidad... "Llamó a los que él quiso". Sin un criterio que se torne evidente frente a los ojos que miran sólo desde lo humano.
Sin el salto de la fe, sin entregarse al misterio, hay cosas que, sencillamente, no se entienden.



"te has complacido en elegir
lo débil a los ojos del mundo
para confundir a los que se creían fuertes
"

lunes, 11 de enero de 2010

TRIUNFA EN LA DEBILIDAD...


"Y para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere.
Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: "Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad". Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo.
Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte."

2ª Corintios 12,7-10


Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad...

porque cuando soy débil, entonces soy fuerte...



Se cae de maduro, hoy no voy a agregar palabras...

jueves, 7 de enero de 2010

DIOS EN PEQUEÑEZ HUMANA


Cuando era chico (en edad y estatura) solía pensar que Dios tenía que ser enorme. Lo imaginaba gigante entre los gigantes, capaz de agarrar el mundo entero con una sola de sus manos. Sólo eso podía asegurarle su omnipotencia, su omnipresencia.
Cuando empecé a adentrarme un poco más en el misterio entendí que la realidad podía ser bien distinta. Sólo un Dios tan pequeño para entrar en el poro de una roca podría ser en verdad omnipotente.
A ser pequeños sólo se aprende del más grande...

A poco de finalizar este tiempo de Navidad, un poema de Casaldàliga.


VERSIÓN DE DIOS

En la oquedad de nuestro barro breve
el mar sin nombre de Su luz no cabe.
Ninguna lengua a Su Verdad se atreve.
Nadie lo ha visto a Dios. Nadie lo sabe.


Mayor que todo dios, nuestra sed busca,
se hace menor que el libro y la utopía,
y, cuando el Templo en su esplendor Lo ofusca,
rompe, infantil, del vientre de María.


El Unigénito venido a menos
traspone la distancia en un vagido;
calla la Gloria y el Amor explana;


Sus manos y Sus pies de tierra llenos,
rostro de carne y sol del Escondido,
¡versión de Dios en pequeñez humana!

miércoles, 6 de enero de 2010

CLAVE PARA ESTE ENERO


Los tiempos que corren hoy son similares (sino idénticos) a los que corrían ayer. Por eso hoy quiero compartir, entera, la poesía de la que ayer usé una parte. Cuando se me tambalean los significados, cuando se me agotan los significantes, siempre viene algún literato al rescate. Hoy cuelgo esta clave para enero... ese lunes de los años.



Clave para los lunes

¿Y si de pronto llueve, como a veces sucede?
¿Y si pasa noviembre sin tus ojos? ¿Si cae
el corazón al pozo de sus crueles honduras
y duele, nuevamente, en lo propio la sangre?

Puede pasar. Hay veces que nos ronda el presagio

y que uno, mansamente, entra a las tempestades

sólo porque ha sembrado de vientos la memoria

y, denodadamente, junta furia en las manos.


En días como éstos suelo esperar la lluvia,
un olvido, esas muertes, cierta ausencia incesante

y aunque no advierta signos en las hojas del día

entro, como un guerrero, al país de la tarde.


Suele pasar. Hay días que duele interrogarse.

Armando Tejada Gómez

martes, 5 de enero de 2010

TODO QUE PERDER


¿Y si de pronto llueve, como a veces sucede?

¿Y si pasa noviembre sin tus ojos?

¿Si cae el corazón al pozo de sus honduras crueles

y duele, nuevamente, en lo propio, la sangre?


Armando Tejada Gómez,

“Clave para los lunes”.


A veces me agarra ese miedo paralizador, ese terror que hace que todo pierda gran parte de su sentido. Pasa a veces que me entra ese pánico de que todo se torne un tanto gris y que se me vaya noviembre sin tus ojos.


Tantas veces me he perdido y he desconocido el camino, que temo algún día desconocer del todo el sendero y ya no poder volver. Porque me sigo perdiendo. Porque sigo desviando la mirada, aunque me proponga no hacerlo. Porque sigo perdiendo el norte aunque mejore la brújula.


Pero si pierdo esto, si te pierdo, si cae el corazón al pozo de sus honduras crueles, y por mi torpeza y descuido pongo en riesgo tus ojos, pongo en riesgo el tesoro más grande del corazón, quizás no quede más remedio que sentarse a contemplar la lluvia que arrastra y devasta. Si pongo en riesgo lo más valioso que tengo. Si juego con el tesoro más grande. Si lo apuesto, o si lo cambio por unas monedas o por un poco de cualquier cosa, me quedo sin nada; me quedo vacío.


Si es necesario que ocurra, entonces que llueva, como a veces sucede. Que caiga el corazón al pozo de sus honduras crueles, si así es mejor. Que duela, una y mil veces, en lo propio, la sangre. Pero que no se me pase noviembre sin tus ojos. Que no se me pase la vida sin gastarla. Que no mezquine lo que me fue dado para entregarlo.


Gerardo Gimenez Ponce

lunes, 4 de enero de 2010

SOBRE-EMPEÑO DEL CORAZÓN



Puede uno arrepentirse de haber empeñado el corazón en exceso. No, no es una pregunta. No hay un signo de interrogación que así haga pensarlo. Es una afirmación, un juicio, una sentencia. Con un “puede” que no es signo de permiso sino de contundencia, de aseveración. Por eso el “puede” está tematizado, intencionalmente colocado al principio de una oración en la que suena forzado para el oído decentemente acostumbrado al predicado que sólo persigue al sujeto. Pues bien, este “puede” no es vagón de cola, sino tronante locomotora que arroja a un segundo plano a un sujeto que, al mismo tiempo, no es nadie y somos todos.

El punto es, querido lector, que puede uno arrepentirse de haber empeñado el corazón en exceso. En un primer momento uno se siente tentado a pensar que no vale la pena arrepentirse de nada de lo hecho en la vida. Se trata de una arrogancia típica del tiempo en que vivimos, tan marcado por una filosofía new age que no da lugar a la trascendencia. Se trata de una pedantería estúpidamente elogiada y no suficientemente criticada. Uno que, humildemente, cree en la apología de la debilidad, en el ensalzamiento del más débil que como tal se reconoce, no podría permitirse tal insolencia.

En un segundo momento, desde esa misma mirada humilde, inundado en algún místico romanticismo uno vuelve a tentarse. “Uno no debe arrepentirse de amar, de empeñar el corazón, nunca se ama en exceso”. Respuesta políticamente correcta en los tiempos que corren, donde el amor, claro está, se confunde con alguna otra cosa. Sin embargo, aunque bien recibida por algunos, sería una aseveración potencialmente falaz, igual que la respuesta primera. No ya por arrogancia del tiempo, sino por error de concepto. No basta la magnitud del empeño del corazón, sino que hay que saber donde ponerlo.

Entonces, empieza a estar claro: puede uno arrepentirse de haber empeñado el corazón en exceso. A veces uno descubre que el objeto del afecto ha sido un árbol que no dejaba ver el bosque, otras veces uno entiende que se ha aferrado y empeñado el corazón en una pretendida realidad que no habita sino en la propia mente, aun otras veces uno descubre que tiene la vida empeñada y pegoteada en proyectos sin sentido, en actitudes de uno mismo que no dejan levantar vuelo, en relaciones que ya se han ido, en proyectos que ya se han clausurado. Vale arrepentirse de todo eso.

El arrogante que no se da permiso a arrepentirse de nada, quedará apegado a los falsos conceptos de sí mismo, atrapado en jardines de puertas clausuradas, anegado en la imposibilidad de aprender de sus errores. A veces hay que arrepentirse. A veces hay que maldecir el momento en el que uno entiende que hizo todo mal. A veces hay que estallar en lágrimas sonoras, en ahogos de niño. A veces hay que enojarse con uno mismo. Porque esas veces nos darán el lugar para reencontrarnos con nosotros mismos, para renacer de la ceniza, para recomenzar proyectos, para reelegir elecciones.

Puede uno arrepentirse de haber empeñado el corazón en exceso. Puede uno lamentarse de haberse casado con una realidad que no existía. Puede uno entristecerse por no haber visto que el corazón podía empeñarse en un sitio donde no sólo abrevaría, sino que daría fruto. Sin embargo, de nada sirve el mea culpa si no se troca en renacimiento. De nada sirve mirar lo que podría haber sido si no es para rehacer las cosas. De nada sirve romper el cántaro si no es para formarlo de nuevo. Pero morir, romper el cántaro que somos, destruir el empeño absurdo en el que hemos puesto demasiado corazón implica, un poco, romper el corazón; y nadie (salvo un cretino o un insensato) podría siquiera sospechar que eso no duele. En esto tiene razón Saramago cuando dice “que difícil es separarnos de aquello que hemos hecho, sea cosa o sueño, incluso cuando lo hemos destruido con nuestras propias manos”.

¡Cuántos no que encierra un ! Y ¡cuánto duele!, como un navajazo en el alma cada uno de esos no. Sin embargo la certeza es sólo una: sólo ese le devuelve la paz al alma, sólo ese hace que el corazón fructifique, sólo muriendo uno resucita, aunque duela.

En definitiva: puede uno empeñar el corazón en exceso. Pero también puede uno morir a lo que era y empeñar el corazón en el sitio en el que abreva.


Gerardo Gimenez Ponce

sábado, 2 de enero de 2010

DECLARACIÓN DE PEQUEÑEZ



“Quién lo diría

los débiles de veras

nunca se rinden”


–Mario Benedetti,

Rincón de Haikus, 1999


Mi vida es un sitio con ciertos destellos de genialidad extremadamente eventuales. Pero lo cierto es que, casi todo el tiempo, es un lugar común. Sin sentidos peyorativos, que sobrarían. Un lugar común porque cada vez más soy feliz con la normalidad, con lo básico, con lo sencillo, con lo simple, con lo pequeño. Hace algún tiempo que dejé de soñar con ser grande y diferente, con empeñarme en destacar. Ser uno más del montón y guardar tras mi sonrisa el pequeño secreto (accesible a quienquiera que lo busque) de que la felicidad se encuentra más fácilmente por el vértice contrario al exitismo. Volcar los reyes ante la simpleza y aceptar su jaque mate de buena gana ha traído una paz particular a mi existencia.

¿Problemas? Tengo por kilos. Preocupaciones, aún más que problemas. Y no sólo eso: tengo angustias, malhumores, miedos feroces y hasta apatías que me sublevan. Lo que ha cambiado es mi mirada sobre todas esas cosas. Lo que ha cambiado es el espíritu que a todo ello le infunde nueva vida y que me permite ser feliz en medio de mis problemas. Rogando, en ocasiones (he aquí todo un signo de mi estar-en-contra-del-sistema), que nunca me falten las preocupaciones que me hagan saberme suficientemente necesitado y pequeño como para no ser pedante y empezar a creerme superpoderoso, omnipotente. Una mirada nueva que busca lo pequeño, lo simple, lo sencillo. Una mirada que ayuda a transformar las realidades que disgustan y a aceptar aquellas que no pueden transformarse: todo un antídoto contra la soberbia.

Soy otro, porque soy cada vez más yo mismo. Me voy librando de la coraza que yo mismo me había impuesto. Me voy chocando con mis límites y desmontando esa imagen mental (esa foto tomada en contrapicado que uno hace de uno mismo) que no me permite ser auténticamente feliz. Voy volviéndome vulnerable, voy desnudando mi más profunda verdad. Voy volviéndome débil y entonces (sólo entonces) voy haciéndome fuerte.

Apenas si me he mudado a este rincón del universo de los hombres. He llegado recientemente y lo he encontrado poblado de mucha más gente de la que hubiese imaginado. Todavía no he terminado de hacer mi mudanza, porque se llega aquí por caminos estrechos, a pie, y con esfuerzo. Ni he terminado la mudanza (sabe Dios si uno termina algún día de mudarse al país de la sencillez), ni he recorrido toda el área, pero me ha llenado tanto la vida que ya he hecho el cambio de domicilio: ¡vivo en el lado pequeñamente humano de la vida! Y soy feliz con ello, que no es poco.


Gerardo Gimenez Ponce