domingo, 21 de marzo de 2010

EL ALMA TURBADA


"Mi alma ahora está turbada.

¿Y qué diré:

'Padre, líbrame de esta hora'?

¡Si para eso he llegado a esta hora!"


Jn 12, 27


Se turba el alma anclada, presa y clavada en la Santa Agonía. Se turba el alma frente a la hora difícil. Y Dios como regalo, como don (habrá que ser sutil y lerdo para poder apreciar que de un don se trata), nos concede revivir aquella angustia previa del ser que, haciéndose ostia, se entrega. ¡Cuán en carne propia en ocasiones!

El alma se turba algunas veces. Se turba mucho algunas veces. Gritar “Padre, líbrame de esta hora”, es lícito… y hasta sano. Porque uno siempre tiene derecho al pataleo, como diría una gran amiga. Pero hay que recordar el motivo que impulsa y que atrae. El principio y el fin del propio movimiento. Recordar, también, el modelo que por delante camina. Si ante el misterio del dolor –ese pozo incomprensible– el que era de condición divina se hizo doliente: ¡cómo no aprestar las manos a los clavos!

Hay un solo camino por delante: saltar a lo invisible que no es vacío, aunque lo parezca. Claro, el alma está turbada, pero para eso, justo para eso, uno ha llegado a esta hora. Habrá que seguir estrujando con el alma la Palabra y aferrarse, atarse a la única certeza.

Va de nuevo, mastiquen sin miedo, que no se agota:


Mi alma ahora está turbada.

¿Y qué diré:

"Padre, líbrame de esta hora"?

¡Si para eso he llegado a esta hora!


Jn 12, 27