viernes, 6 de agosto de 2010

RELATO PEQUEÑO (Parte 5)


[...]


De las muchas cosas que sucedieron durante aquella semana sólo enumeraremos algunas pocas: José consiguió trabajo como ordenanza de una empresa, Manuel volvió a negarse a algunos pedidos de permanecer horas extra en el trabajo, Mariana le pidió a Manuel que “se tomaran un tiempo” porque lo encontraba cambiado. Si en ninguno de esos acontecimientos nos detenemos es porque no tienen relación muy directa con la historia que aquí queremos contar. Apuramos el paso y elidimos algunos momentos porque nos interesa llegar a lo que sucedió el martes siguiente.


Aquel martes, el último del mes de octubre, Manuel corrió después del trabajo para encontrarse con el padre Ricardo. Primero, como ya era costumbre, estuvo un buen rato frente al sagrario, absorto frente al misterio que le estaba ganando la vida. Luego se reunió con el cura en el despacho parroquial. Nuevamente pasaron un largo tiempo conversando. Manuel le contó todas las cosas que había descubierto y entendido. La serenidad con que miraba su propia vida como historia de salvación conmovió al cura una vez más.


—Hay algo que con claridad he entendido. Alguna vez fui humilde humus humano —soltó Manuel.

—¿Humilde humus humano? ¿Qué querés decir? —inquirió el padre.

—Alguna vez fui simple, alguna vez estuve más libre de la angustia y la tristeza, alguna vez fui humilde. Tal vez en el camino traicioné mi esencia. Tal vez la aspereza de las manos de hombres y mujeres que me circundaron durante años (no tantos, pero tampoco tan pocos), las situaciones ásperas, áridas y limítrofes a las que expuse (por necesidad o estupidez) a mi corazón; hicieron que me fuera transformando y dejando de lado mi humus sencillo y de alegre esperanza y convirtiéndolo en “tierra reseca, agostada, sin agua”. Sin embargo en el interior, en algún lugar, sé que esa esencia existe y perdura —dijo Manuel con toda sinceridad.

—Sin duda, y creeme que se nota que está, que existe, que perdura —le respondió el párroco con una sonrisa.

—En algunas oportunidades he quedado a la espera de que alguien pudiera navegar en lo profundo, bucear hasta lo hondo y rescatar esa simpleza, esa humildad, esa alegría. He esperado que alguien viniera a mi rescate. No obstante hoy caigo en cuenta que en casi todos los ojos que alguna vez me miraron, no supe más que reflejar las heridas que traigo. Todos menos Jesús. Porque cierto es que nadie ve un millón donde no lo está, pero también es cierto que un millón puede encerrarse en una pequeña piedra preciosa y pasar desapercibido para el ojo poco entrenado. Las perlas son, a fin de cuentas, saliva de algún animal: pero quien sepa apreciar una valiosa perla, negociará su vida para conseguirla y no se equivocará en hacerlo.

—¿Adónde querés llegar, Manuel?

—Que creo que entendí el mensaje. Tengo que deshacerme para ser hecho de nuevo. Triturarme para ser amasado suavemente. Desgranarme para ser transformado. Volver a la esencia. Si es que la uva, aunque parezca increíble, encierra el dulce vino, sólo hay que dejarla fermentar. Este es el camino que escojo, dejar de empeñarme en conseguir espejos que devuelvan la imagen que busco y dejarme llevar, dejarme ser rehecho, para que la esencia vuelva a surgir. Porque el vino está en la uva, pero la uva también está en el vino —dijo con tanta profundidad como sencillez.

—Hacerse pequeño… Humillarse como único camino a la humildad. Anonadarse para que Dios lo sea todo. Entregarse, sin dar lugar para el egoísmo: llegaste al meollo de la dinámica del Evangelio —respondió el clérigo tan maravillado como conmovido.


Manuel Sonrió. No tenía muchas más palabras y dudo que hicieran falta. Al sacerdote le corrió una lágrima por la mejilla porque la emoción lo pudo. El testimonio de Manuel lo conmovía y lo cuestionaba. La dinámica del amor siempre invita a hacerse pequeño.

—Y ahora, ¿qué vas a hacer? —quiso saber el cura.

—Mañana mismo voy a renunciar al trabajo. Dios me quiere acá. No me quiere ni grande ni poderoso, ni rico ni exitoso. Dios me quiere pequeño y al servicio de mis hermanos y de su Reino. Yo ya le dije que sí…

Los huesos le crepitaron como el fuego de una hoguera cuando se levantó de la cama. Desperezarse luego del agradable descanso nocturno se había convertido en una ruidosa rutina que Manuel disfrutaba y repetía con un ritmo que disfrutaba.


Aquella mañana, como casi todas las otras, pasó de la cama a la ducha. Después se vistió y abrió la ventana mientras en la oración le agradecía a Dios por el don magnífico de la vida y de la mañana que con la salida del sol renueva toda la creación. Luego se dirigió a la cocina del departamento y preparó el desayuno para él y para José, que no tardó en aparecer. Mientras desayunaba le contó a su hermano que pensaba renunciar al trabajo ese mismo día y le rogó que pensara de qué forma podían ayudar, juntos, a tantas personas que vivían en la calle de aquella ciudad, sin un techo para cobijarse, sin un plato de comida en la mesa y sin un hombro en el que apoyarse.


Demoró algunos minutos más de lo pensado en su caminata hacia el trabajo, porque quiso disfrutarla. Subió por la escalera los tres pisos y sin siquiera acercarse a su escritorio se dirigió a la oficina de Aureliano, el presidente de la compañía. Golpeó la puerta y como nadie respondió, pasó y dejó sobre el escritorio su renuncia indeclinable a su trabajo y una negativa a la propuesta de trabajo que decía:

Mi vida es un sitio con ciertos destellos de genialidad extremadamente eventuales. Pero lo cierto es que, casi todo el tiempo, es un lugar común. Sin sentidos peyorativos, que sobrarían. Un lugar común porque cada vez más soy feliz con la normalidad, con lo básico, con lo sencillo, con lo simple, con lo pequeño. Hace algún tiempo que dejé de soñar con ser grande y diferente, con empeñarme en destacar. Ser uno más del montón y guardar tras mi sonrisa el pequeño secreto (accesible a quienquiera que lo busque) de que la felicidad se encuentra más fácilmente por el vértice contrario al exitismo. Volcar los reyes ante la simpleza y aceptar su jaque mate de buena gana ha traído una paz particular a mi existencia.

¿Problemas? Tengo por kilos. Preocupaciones, aún más que problemas. Y no sólo eso: tengo angustias, malhumores, miedos feroces y hasta apatías que me sublevan. Lo que ha cambiado es mi mirada sobre todas esas cosas. Lo que ha cambiado es el espíritu que a todo ello le infunde nueva vida y que me permite ser feliz en medio de mis problemas. Rogando, en ocasiones (he aquí todo un signo de mi estar-en-contra-del-sistema), que nunca me falten las preocupaciones que me hagan saberme suficientemente necesitado y pequeño como para no ser pedante y empezar a creerme superpoderoso, omnipotente. Una mirada nueva que busca lo pequeño, lo simple, lo sencillo. Una mirada que ayuda a transformar las realidades que disgustan y a aceptar aquellas que no pueden transformarse: todo un antídoto contra la soberbia.

Soy otro, porque soy cada vez más yo mismo. Me voy librando de la coraza que yo mismo me había impuesto. Me voy chocando con mis límites y desmontando esa imagen mental (esa foto tomada en contrapicado que uno hace de uno mismo) que no me permite ser auténticamente feliz. Voy volviéndome vulnerable, voy desnudando mi más profunda verdad. Voy volviéndome débil y entonces (sólo entonces) voy haciéndome fuerte.

Apenas si me he mudado a este rincón del universo de los hombres. He llegado recientemente y lo he encontrado poblado de mucha más gente de la que hubiese imaginado. Todavía no he terminado de hacer mi mudanza, porque se llega aquí por caminos estrechos, a pie, y con esfuerzo. Ni he terminado la mudanza (sabe Dios si uno termina algún día de mudarse al país de la sencillez), ni he recorrido toda el área, pero me ha llenado tanto la vida que ya he hecho el cambio de domicilio: ¡vivo en el lado pequeñamente humano de la vida! Y soy feliz con ello, que no es poco.

Nunca podré agradecerle suficientemente por la confianza que usted y esta empresa han depositado en mí, pero la verdad es que ni la propuesta me es útil ni yo creo serle útil a una propuesta que lo que busca es “comerse algún mercado”.

Quedo a su disposición para lo que necesite.

Manuel Rodriguez


Manuel salió de la oficina y se fue a la parroquia a quedarse un rato frente al sagrario. Poco importa, como comprenderán, a dónde fue a parar Manuel. Da igual si se hizo franciscano, si entró al seminario o si se casó y tuvo hijos. Lo único que diremos (porque es todo lo que importa) es que Manuel siguió a Jesús toda su vida y dejó, verdaderamente, que el Maestro le indicara el camino. Muchos lo creyeron loco y hasta se escandalizaron, muchos otros, gracias a su testimonio se acercaron a Jesús. Lo cierto es que Manuel fue feliz: pequeño y feliz.



[FIN]

2 comentarios:

  1. ...pequeño y feliz, con solo cambiar el enfoque de la mirada.
    me guardo eso.....

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  2. Las palabras se quedan cortas para expresar lo que alberga el corazón…

    Gracias!

    Habra que seguir buscando el lado pequeñamente humano de la vida! Se que EL nos acompaña en esta busqueda..
    Yo te aseguro mi oracion.
    Abrazote.

    Solci.-

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