jueves, 7 de octubre de 2010

VOLVER


Volver. Siempre es interesante volver. Aunque el volver siempre tiene un dejo de nostalgia. Lo canta el tango cuando adorna las vueltas de frentes marchitas. Lo avisa también Violeta Parra cuando nos anuncia que “volver a los diecisiete, después de vivir un siglo, es como adivinar signos sin ser sabio competente”. Volver es “ser de repente tan frágil como un segundo”.

Hace ya dos meses que salí del seminario. Dos meses que se han presentado algo agitados. Rápido tomé algún trabajo pastoral (a pesar de las opiniones encontradas al respecto que oí a mí alrededor). Acarreaba ya algún compromiso que tenía que cumplir. Y como si todo fuera poco me embarqué en la ardua tarea (ardua, sobre todo, por las taras psicológicas y las presiones que uno mismo se impone) de rendir la última materia que me quedaba pendiente de mi carrera. El ritmo se hizo vertiginoso, aunque llevadero. La presión se hizo un poco más insufrible. Pero pasó. Pasó la tarea acarreada y salió bien. Pasó el examen y también salió bien. Quedó ahora la tarea pastoral, se suma la presión de realizar la tesis, los cronogramas autoimpuestos para conseguir una beca. Nunca faltan preocupaciones (pequeñas o grandes) a una vida, y es interesante que así sea. Lo cierto es que pasó el pico de estrés por cumplir con algunas cosas con las que pretendía demostrarme a mí mismo no-sé-que-cosas.

Cuando me animé a parar un poco, a frenar un segundo, la física empezó a operar, y a la acción de correr y tirar para adelante le siguió la reacción esperable: un tironazo para atrás. Eso me hizo volver. Necesité volver, repasar, casi contemplar los pasos dados. No tanto para cuestionarlos o ponerlos en duda… no en principio al menos. Pero sí contemplarlos, contemplar en ellos el paso de Dios por mi vida. Volver a descubrir y a admirarme con todo lo que ha pasado en mi vida en este tiempo y a dar gracias por todo.

Volver tuvo sus tramos más físicos, diríamos. Volver a lugares. Animarme a volver. Quizá lo más significativo fue volver al seminario. Tres veces volví en estos últimos días. Fueron tantas las emociones que se entremezclaron que no podría describirlas bien. Fue volver a la casa y seguir sintiéndola como MI casa. Mirar las paredes, los pasillos, las habitaciones y las capillas: esa capilla mayor que llama tanto a la oración, esa capilla menor que llama al recogimiento íntimo. Volví a los olores (de los pasillos, de las capillas, de la cocina), a los ruidos (del tren, de los aviones, del teléfono, del silencio del introductorio), a miles de sensaciones que siguen siendo tan propias como ajenas.

Volver tuvo también su aspecto de balance. Se hizo necesario tratar de sopesar, de recuperar las expectativas que había en el momento de dar el paso y descubrir cómo los planes, muchas veces, se licuan en la manos. Pero también fue la posibilidad de renovar el deseo de entrega, de reafirmar la libertad que no es otra cosa que ser capaz de tomar la propia vida en las manos. Fue, sobre todo, la posibilidad de volver a poner la confianza en Dios y animarse a seguir sus pasos, aunque a veces me parezcan inciertos. Recordar que sé detrás de quien camino y que, aunque le duela a mi orgullo, no necesito saber nada más.

Hablo tanto de volver porque hoy volví. Volví no sólo al primer semestre de este año, sino a los últimos tres años. Volví y tuve una intuición: que todo lo que ha pasado tiene una relación, tiene un hilo conductor. Un obviedad, dirán ustedes. Una obviedad, repetiré yo. Las cosas no han pasado porque sí, claro está. Hoy pude volver tres años en mi historia y entender que mi vida sigue caminando en el mismo sentido. Que todavía quiero entregarme, por entero, del modo en el que Dios me llame. Que he ido ganando la libertad y la claridad para hacerlo entre tropezones y pasos hacia atrás que ayudan a tomar impulso. Hoy pude ver que todo esto es algo que se va clarificando poco a poco, y que yo, aunque le pese a mi soberbia, sólo tengo que caminar detrás del único que conoce el camino. Hoy volví y pude actualizar esta claridad y este compromiso.

Volver… “volver a sentir profundo como un niño frente a Dios. Eso es lo que siento yo en este instante fecundo”.

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