¡No puedo cantar, ni quiero,
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
De “La Saeta”, Antonio Machado
En Campos de Castilla,
1912
Mirando la cruz esta mañana se me vino a la
cabeza la poesía de Machado y se me llenó el corazón de ruidos. Desdecir a
Machado me queda grande, pero me parece necesario. Yo hoy puedo, quiero y
necesito cantar al Jesús del madero. Alabar a Cristo y bendecirlo porque por su
Santa Cruz redimió al mundo. Me quedé rezando en esta fe hermosa que tenemos
que, en el extremo del absurdo, hace apología de la debilidad. Si algo
conquista mi corazón es eso, esa apología de la debilidad. Dios poniendo su
mirada en los débiles y pequeños. Dios que no ve como ve el hombre, porque el
hombre ve lo que se ve, pero Dios ve el corazón. Dios anonadándose. Dios
optando un camino a contramano. E invitándonos a optarlo.
Pasa que hoy es el día de la exaltación de la
cruz. “¿Qué clase de fe exalta un instrumento de tortura?”, pensarán mucho casi
horrorizados. Yo creo que mirarlo desde allí es morder el anzuelo de la
confusión que no deja ver una verdad grande. Es que la cruz es puerta a la
vida. Allí Dios se anonadó y se entregó al todo para que tuviéramos vida en
abundancia, para demostrar que aquello de “no hay amor más grande que dar la
vida por los amigos” (Cf. Jn 15,14) no era sólo un discursito demagógico, sino
un programa de vida. Porque allí es donde la dinámica de amor del cristianismo
toma su valor verdadero. Como dijo el
obispo san Andrés de Creta en su disertación Sobre la Exaltación de la
santa cruz:
“Por
la cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la
luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz, y junto con el Crucificado nos
elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los
bienes celestiales; tal y tan grande es la posesión de la cruz. Quien posee la
cruz posee un tesoro. y, al decir un tesoro, quiero significar con esta expresión
a aquel que es, de nombre y de hecho, el más excelente de todos los bienes, en
el cual, por el cual y para el cual culmina nuestra salvación y se nos
restituye a nuestro estado de justicia original.
Porque,
sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la
vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las
fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua
que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la
deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no
disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la
cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los
muertos.
Por
esto la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de
innumerables bienes, tanto más numerosos, cuanto que los milagros y
sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación.
Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del
mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el
trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida
la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos,
y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.
La cruz
es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante de
que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció
Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria,
cuando dice: Ya ha entrado el Hijo del hombre en su gloria, y Dios ha recibido
su glorificación por él, y Dios a su vez lo revestirá de su misma gloria. Y
también: Glorifícame tú, Padre, con la gloria que tenía junto a ti antes que el
mundo existiese. Y asimismo dice: «Padre, glorifica tu nombre.» Y, de
improviso, se dejaron oír del cielo estas palabras: «Lo he glorificado y lo
glorificaré de nuevo», palabras que se referían a la gloria que había de
conseguir en la cruz.
También
nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación, cuando dice: Yo, cuando sea
levantado en alto, atraeré a mí a todos los hombres. Está claro, pues, que la
cruz es la gloria y exaltación de Cristo”.
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